¡Qué tenía Asís para ser tan querido por Dios, que suscitó dos almas tan luminosas, como las de San Francisco y Santa Clara! Asís, una verdadera Puerta al Cielo.
Nace Clara en 1193; tenía por tanto 11 años cuando San Francisco dejó la casa de su padre, el comerciante Bernadone. Es decir, la niña Clara vio con sus propios ojos cómo la estrella de la vida del santo despuntaba en el horizonte y lo iba iluminando con su luz inocente y mística, su luz de estigmatizado de Cristo.
Cuando tenía 18 años fue a la
iglesia de San Giorgio a escuchar la prédica de San Francisco de Cuaresma. Y
entonces le pidió que le enseñara a regir su vida según “el modo del Santo
Evangelio”; desde ahí San Francisco la dirigió espiritualmente.
Abandona la casa paterna
Poco después, era un domingo de
ramos del año 2012, Clara, la hija de los Condes de Sasso Rosso deja a su vez
la casa paterna y va hasta la iglesia de Santa María de los Ángeles.
Gritos en la familia, súplicas y
amenazas para que vuelva; pero la joven tenía ya el carácter firme de los
guerreros de Dios y no cede. San Francisco y varios sacerdotes la habían
recibido con cirios y con el canto del Veni
Creator. Sus ropas de suave y acolchado terciopelo se trocan por el hábito
franciscano, y es el propio San Francisco el que corta sus trenzas, como señal
de ruptura total con el mundo que dejaba.
En pos de Clara vendría su
hermana Inés, y luego otras 16 jóvenes, parientes de la doncella, con las que
se constituiría el núcleo inicial de las Damas Pobres de San Damián, hoy
conocidas como Clarisas.
Inspirada por Dios, ella misma
redactó la regla escrita de su comunidad, algo inédito hasta ese momento en la
historia, que fuera una mujer la que hiciera esa redacción.
Su ejemplo de vida fue insigne:
cuidar los enfermos en hospitales, pedir limosnas, atender a los pobres, hacer
los trabajos más humildes con alegría. Era un ángel que por donde pasaba hacía
el bien.
La multiplicación de los panes de Santa Clara
A semejanza de Cristo, Santa
Clara también multiplicó panes.
Un día había un solo pan para las
ya 50 hermanas de su comunidad. Ella no dudó un solo instante, y junto a otras
religiosas lo bendijo y comenzó a repartirlo, enviando lo que había restado
para los hermanos de San Francisco. “Aquel que multiplica el pan en la
Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de
pan a sus esposas pobres?”, dijo entonces el alma pura y transformada en Cristo
de Santa Clara.
Su salud fue por lo general
precaria. En una ocasión, cuando se celebraba la Natividad de Cristo y estaba
ella en su lecho de enferma, Clara fue llevada en espíritu milagrosamente hasta
la iglesia de San Francisco donde asistió al oficio, a la misa y recibió la
Sagrada Comunión, para luego ser regresada a su lecho de dolor. Son estos
algunos de los muchos milagros que se operaron en la vida de la santa.
El Papa Inocencio IV la visitó en
su lecho de muerte, en 1253. Ella le pide la bendición, con la indulgencia
plenaria, la cual le es concedida. Pero el Papa sabía muy bien a quien estaba
bendiciendo, y por ello, conmovido le dijo: “Quiera Dios, hija mía, que no
necesite yo más que tú de la misericordia divina”.
San Francisco para entonces ya
había muerto, pero fue acompañada en su agonía por tres de los frailes más
queridos por Il Poverello: Fray Junípero, fray Ángel y fray León, quienes la
ayudaron a soportar ese trance de sufrimiento con la lectura de la pasión de
Cristo.
Es canonizada en 1255 por el Papa
Alejandro IV que expresaba en la bula de canonización que ella “fue alto
candelabro de santidad”, a cuya luz “acudieron y acuden muchas vírgenes a
encender sus lámparas”.
Con información de Catholic.net y
Aciprensa
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