Hoy celebramos el martirio de San Juan Bautista, el precursor del Señor, aquel del cual Él dijo que no había mayor varón nacido de mujer.
San Juan Bautista en sus predicaciones no incentivaba
apenas a los buenos, sino también increpaba a los malos. Él ya había censurado
fuertemente a los fariseos, y en determinado momento comenzó a increpar al
propio Herodes Antipas, tetrarca de Galilea.
Herodes repudió a su mujer y se unió con Herodías, esposa
de su hermano Felipe, y además de eso su sobrina, por tanto, un doble adulterio
y un incesto formal, pues el casamiento con la cuñada era expresamente
prohibido por la Ley (cf. Lv 18, 16).
San Juan Batista, siendo un varón intransigente, le dijo
que no le era lícito unirse con la mujer de su hermano, y por eso el tetrarca
mandó aprisionarlo en la torre de Maqueronte. Fue blanco del odio de Herodías,
la cual quería matarlo. Sin embargo no lo conseguía, “pues Herodes temía a
Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y hasta le daba protección. A
Él le gustaba mucho oírlo, pero quedaba desconcertado” (Mc 6, 20).
Por ocasión de su aniversario, Herodes Antipas ofreció un
banquete a los principales de Galilea. Herodías poseía una hija llamada Salomé,
que ella había tenido de su casamiento legítimo con Herodes Felipe.
En determinado momento de la fiesta, Salomé entró a la
sala y bailó. El débil y sensual Antipas dijo a la joven: “‘Pídeme lo que
quieras, y yo te daré.’
Ella salió y preguntó a la madre: ‘¿Qué debo pedir?’ La
madre respondió: ‘La cabeza de Juan Bautista.’”
Tratemos de aumentar nuestra devoción a San Juan Bautista, el cual era “la propia expresión de la limpieza de alma, porque el puro detesta lo sucio, el recto detesta lo sinuoso, el corajudo aborrece al cobarde. En eso él era la severidad, esa virtud por la cual se rechaza lo que debe ser rechazado”.
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