El testimonio de San Juan
30 Jesús realizó otras muchas señales delante de
los discípulos, que no están escritas en este libro. 31 Pero éstas fueron
escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo tengan la vida en su nombre.
San Juan escribió su Evangelio, que es el último, al final del primer siglo, muchos años después de concluidos los otros tres. Diríase que no era necesario redactarlo, porque la historia de Jesús ya estaba contada en los sinópticos. Sin embargo, el Discípulo Amado tenía bajo su responsabilidad a las comunidades cristianas de Asia Menor, nacidas bajo el influjo del apostolado de San Pablo, y compuso el cuarto Evangelio con el objetivo de proteger a los fieles de las herejías que comenzaban a propagarse en aquella época, provocando confusión sobre Jesucristo.
Sobre todo, para combatir la
doctrina gnóstica, que negaba la Encarnación del Verbo, como también la unión
hipostática, y consideraba apenas la humanidad de Cristo.[1] San Juan quiso
corregir esa visualización humana –la cual tantas veces se repitió a lo largo
de la Historia-, dejando consignada una verdadera exposición doctrinaria sobre
la divinidad de Jesús. Imposible sería narrar todo lo que el Divino Maestro
hizo, pues la vida de Él fue una simbología permanente. Por esta razón, el
Evangelista seleccionó los episodios más adecuados a la finalidad que tenía en
vista, entre los cuales los dos encuentros de Jesús con los discípulos,
mencionados en este Evangelio. En efecto, ellos nos hacen concluir fácilmente
que Nuestro Señor Jesucristo es el Hijo del Dios Vivo y que en Él debemos ver
más el lado divino que el humano.
¡Somos llamados a la bienaventuranza!
En función de Santo Tomás, el
Salvador declaró que todos los que lo siguen, a partir de su Ascención a los
Cielos, precisarían creer en la palabra de aquellos que Él escogió como sus
testigos. Y hace más o menos dos mil años que la Iglesia vive de esta fe. Es lo
que vemos en la escena descrita en la primera lectura (Hechos 2, 42, 47),
extraída de los Hechos de los Apóstoles. La comunidad de los fieles nace
pequeña, pero da origen a todas las otras comunidades, porque “eran perseverantes
en oír la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción
del pan y en las oraciones” (Hechos 2, 42). La Iglesia germina fundamentada en
esa fe, la cual constituyó un valioso elemento para mover las almas a la
conversión y debe existir entre nosotros. Si así fuese, el apostolado se hará
por sí, y seremos meros instrumentos para la actuación del Espíritu Santo.
Tengamos siempre presente que,
si no tuvimos la gracia de convivir con Nuestro Señor Jesucristo, ni ver y
tocar sus divinas llagas, nos fue reservada, según la afirmación del Divino
Maestro, una bienaventuranza mayor que la de ellos: creer en la Santa Iglesia
Católica Apostólica Romana. Se podrían aplicar a nosotros las palabras de San
Pedro en la segunda lectura (I Pd 1, 3-9) de este domingo: “Sin haber visto el
Señor, ustedes lo aman. Sin verlo, creen en Él. Esto será para ustedes fuente
de alegría indecible y gloriosa, pues obtendrán aquello en que creen: su
salvación” (I Pd 1, 8-9). ◊
[1] Cf. LA POTTERIE, SJ, Ignace
de. La verdad de Jesús. Madrid: BAC, 1979, p.283; JAUBERT, Annie. El Evangelio
según San Juan. Estella: Verbo Divino, 1987, p.8.
Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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