Ya no estáis por tierra, Dios mío. La Cruz lentamente se levantó. No para elevaros, sino para proclamar bien en alto vuestra ignominia, vuestra derrota, vuestro exterminio.
Sin embargo, era el momento de
cumplirse lo que Vos mismo habíais enseñado: "Cuando fuese elevado,
atraeré hacia Mí a todas las criaturas" (Jn. 12, 32). En vuestra Cruz,
humillado, llagado, agonizante, comenzasteis a reinar sobre la Tierra. En una
visión profética, visteis a todas las almas piadosas de todos los tiempos, que
venían a Vos. Visteis el recato y el pudor de las Santas Mujeres, que ahí
compartían vuestro dolor y con ese alimento espiritual se santificaban. Visteis
las meditaciones de San Pedro y de los Apóstoles sobre vuestra Crucifixión,
visteis las meditaciones de Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano,
Inés, Cecilia, Anastasia, todos aquellos santos que vuestra Providencia quiso
que fuesen, diariamente y en el mundo entero, mencionados durante el Sacrificio
de la Misa, porque la oblación de su santidad se hizo en unión con la oblación
de vuestra Crucifixión. Visteis a los misioneros benedictinos que, conduciendo
vuestra Cruz por los bosques de Europa, conquistaban más tierras que las
legiones romanas. Visteis a San Francisco, que del Monte Alvernio os adoraba, y
oísteis la prédica de Santo Domingo. Visteis a San Ignacio ardiendo de celo por
el Crucifijo, reuniendo en torno de Vos a falanges de participantes de los
Ejercicios Espirituales. Visteis a los misioneros que recorrían el Nuevo Mundo
para predicar vuestro Crucifijo. Visteis a Santa Teresa llorando a vuestros
pies. Visteis vuestra Cruz luciendo en la corona de los Reyes.
Dios mío, en la Cruz comenzó
vuestra gloria, y no en la Resurrección. Vuestra desnudez es un manto real.
Vuestra corona de espinas es una diadema sin precio. Vuestras llagas son
vuestra púrpura. ¡Oh! Cristo Rey, cómo es verdadero consideraros en la Cruz
como un Rey. ¡Pero cómo es cierto que ningún símbolo expresa mejor la
autenticidad de esa realeza como la realidad histórica de vuestra desnudez, de
vuestra miseria, de vuestra aparente derrota!
por el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira
Publicado en “O
Legionário", Nº 558, 18 de Abril de
1943.
Se autoriza su publicación citando la fuente
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