Es imposible no sentir una profunda emoción al contemplar alguna
expresiva imagen de la Madre Dolorosa.
Es imposible no sentir una profunda emoción al contemplar alguna expresiva imagen de la Madre Dolorosa y meditar estas palabras del profeta Jeremías, que la piedad católica aplica a la Madre de Dios: «Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor» (Lam 1,12).
Cuatro grandes privilegios
«No olvides los
dolores de tu madre» (Eclo 7,27). Es grato imaginar que este precepto del
Espíritu Santo haya inspirado en los cristianos de los primeros siglos una
especial veneración por los sufrimientos de la Madre de Dios y nuestra.
A tal respecto,
Santa Isabel de Hungría (†1231) afirma haber sido agraciada con una aparición
de San Juan Evangelista, quien, a su vez, le reveló la visión que él mismo tuvo
el día de la partida de la Virgen al Cielo, presenciando el encuentro de ella
con su Divino Hijo.
En ese primer
encuentro -relató San Juan- el Redentor y su Madre conversaron sobre los
sufrimientos que ambos soportaron en el Calvario. Al final, la Virgen María
pidió a Jesús gracias y privilegios especiales para todos los que recordaran y
se compadecieran en la tierra con los lamentos, las lágrimas y los dolores que
ella padeció en unión a él, para nuestra Redención. Y su Divino Hijo atendió
prontamente ese pedido, concediéndole cuatro grandes favores.
Primero: quien
invoque a la Virgen María por sus dolores y llantos tendrá la dicha de hacer
verdadera penitencia de sus pecados antes de morir.
Segundo: tendrá la
protección y el amparo de Nuestra Señora de los Dolores en todas las
adversidades y trabajos, especialmente en la hora de la muerte.
Tercero: quien,
rememorando los dolores y llantos de la Santísima Virgen, también incluya los
de la Pasión en su entendimiento, recibirá en el Cielo un premio especial.
Cuatro: de esa
Soberana Señora obtendrá todo cuanto pida para su salvación y utilidad
espiritual.
Cómo progresó esa devoción
Ya el siglo IV algunos
insignes doctores de la Iglesia -San Efrén, San Ambrosio y San Agustín-
desarrollaron conmovedoras reflexiones sobre los dolores de María. A fines del
siglo XI otro doctor de la Iglesia, san Anselmo, propagaba la devoción a
Nuestra Señora de los Dolores. Muchos monjes benedictinos y cistercienses
hacían coro a esta difusión. En el siglo siguiente, el gran san Bernardo de
Claraval, también doctor de la Iglesia, llevó más lejos la práctica de esta
devoción. A todo ellos se sumaron los ardorosos frailes servitas, ya en el
siglo XIII.
En concomitancia a
este crecimiento de la devoción, fueron floreciendo espléndidos monumentos
artísticos y literarios de alabanza a la Madre de los Dolores. Uno de ellos -el
himno Stabat Mater, compuesto hacia 1300 por Iacopone de Todi- fue adoptado en
la liturgia y despierta en los oyentes los mejores sentimientos de ternura y
compasión hacia la Virgen sufriente: «Estaba la Madre dolorosa en llanto a los
pies de la Cruz, de la cual pendía su Hijo…»
En la imaginería
sagrada se destaca la «Piedad», representación de la Madre desconsolada y
bañada en lágrimas, contemplando el cuerpo sagrado e inerte del Hijo que yace
en sus brazos virginales. Y la «Soledad»: el Hijo fue sepultado ya, y la Madre,
privada incluso del divino cadáver para contemplar, sólo guarda en sus manos un
sudario.
En 1423, para
reparar los ultrajes de los herejes husitas que desfiguraban, con sacrílego
furor, las imágenes de Nuestro Señor y de la Virgen Santísima, el Concilio
Provincal de Colonia instituyó la conmemoración litúrgica de los Dolores de
María. Tres siglos más tarde, en 1727, el Papa Benedicto XIII la inscribió en
el Calendario Romano, ampliando la celebración a la Iglesia del mundo entero.
Actualmente, la
liturgia rinde tributo a Nuestra Señora de los Dolores el 15 de septiembre,
fecha establecida por el Papa San Pío X en 1913.
Los Siete Dolores de María
Los siete dolores,
las siete tristezas o las siete espadas… El relato de los Santos Evangelios
proporcionó a la piedad popular los elementos para formar la colección de los
siete padecimientos de la Virgen Madre.
«Una espada
atravesará tu alma» (Lc 2,35), profetizó Simeón a María en el Templo. Fue su
primer gran dolor. Siguen después los demás, en el orden cronológico del
Evangelio: la huída a Egipto, la pérdida del Niño Jesús en el Templo, la subida
al Calvario, la Crucifixión de Nuestro Señor, el descendimiento de la Cruz y la
sepultura.
Durante cierto
tiempo, la memoria de la Virgen de los Dolores se conmemoró bajo el título de
celebración de los Siete Dolores de María, introducida en la liturgia en 1668
por iniciativa de la Orden de los Frailes de los Siervos de María (Servitas).
Esta Orden goza el privilegio de un prefacio propio para la conmemoración
litúrgica del 15 de septiembre, en donde se recita esta emocionante oración a
Dios Padre, verdadera joya de piedad y teología:
Por Lucía Pérez Wheefock
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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